jueves, 19 de junio de 2008

SILENCIO DE BARRO

I

Mis sueños andan en crisis.


No encuentran una salida tangible,
van por caminos hacia ninguna parte;
se agotan en sí mismos, se ahogan,
buscan a tientas, a ciegas,
confundiendo los ecos con las voces,
la gracia natural del mundo
con las alegorías y las apariencias
confundidos y perdidos. Andan
envueltos entre la niebla cotidiana del día
en larguísimos corredores vacíos
enturbiados con neblinosos silencios
se van desvaneciendo moribundos de hambre
insatisfechos y solitarios,


tristemente parpadean y caen
en los firmamentos baldíos de nuestro corazón
dejándonos huérfanos y vacíos
a pocos metros de nosotros mismos.




II

Soy ese hombre sencillo
ese tránsfuga de sentimientos baldíos
inequívocamente apesadumbrado
que camina tercamente a la deriva,
desgajando anhelos
entre las resacas de tantas contradicciones.


Soy ese hombre menospreciado
que descarna voraces palabras
sobre vuestros muros inhumanos
donde cercáis vuestras incomodidades
sin reparar en daños ajenos.


Soy ese hombre sin rostro
que va sembrando el olvido
tras sus pasos marchitos
derramando dolorosos silencios
bajo esta lluvia ácida.


Quizá haya comprendido
que todo el mundo pueda caber
en el viejo resplandor de un ocaso
y que tras los cristales, arrimado,
lejos de la profunda selva humana
alcance a maldecir
la espesura trágica del tiempo
y de esta vida.

III




Te acercas en caballos cansados
con ríos secos de caudal,
apenas un hilo de luz
asomando entre tus ingles
largando amarras hacia dentro del tiempo.


Ya llegas con redobles de niebla
con largos lienzos húmedos
con hilos desmadejados de miserias,
los espejos empañados de sueños
vierten sus ecos entre sábanas
y tu cuerpo bello envuelto en oro
desciende al oscuro fondo de tu luz.


¿Acaso sabes cómo soy,
de qué materia estoy hecho?


¿Qué siento?


Si me miras, en la orilla oscura
borrada de mis costas
con esos ojos llenos de engreimiento
y yo crezco hacia dentro.



IV



Soy esa palabra prisionera
que nunca comprendió su significado,
la voz que ha olvidado
que del llanto, solo queda
una lluviosa nostalgia de sombras.


Soy el ocaso, vencido
que recoge mi pobreza elemental
entre las cenizas esparcidas de mi ser,
la huella herida del poema
su geometría de sombras,
la métrica donde callan sus gritos
los amargos ecos del alma.


Soy ese poeta estéril, que en sus labios
esparce semillas que nunca germinan,
que en sus heridas rezuma la infección del olvido,
acosado aún por el rugido del mundo,
hago propio el dolor de los demás,
la pobre estupidez de estos poemas
concebidos desde este amargo silencio
que sabe que voy languideciendo
sin otra herencia, que estos recuerdo engastados


en tantas sombras que sueñan,
un sueño de lluvia y misericordia.


V

Desde aquí dentro
en la impavidez de esta altura de vértigo,
yo, camino solo,
huyendo hacia no sé dónde,
sufriendo el destino en mi corazón,
soy un frágil murmullo en tus labios
una huella extraviada.


Me aprisionan tantos recuerdos
tantos días felices oxidados en la noche
quisiera pervertir mi memoria
esos susurros que me llegan,
el frío, intenta anidarme
adormecerme,
sabe cuánto dolor desprendo
en este triste desamparo.


Mis labios encuentran el húmedo amargor
y sé que mis días nunca abarcaran el desastre
heredé la ruinosa profundidad del silencio
ese mar de dudas vertiéndose en mi soledad
y sabré por qué la esperanza
se ha disuelto entre tanta nostalgia inútil
y sabré por qué la ilusión
vendrá sigilosa y desnuda
a las orillas de mi sueño.

VI



Cuántas veces ateridos nos tendemos
sobre alfombrados sueños de supervivencia,
desnudos, en los prostíbulos del alma
aguardando la feroz entrada de la realidad.


Sentimos palpitar los latidos
en la soledad de la existencia,
miramos de reojo los fantasmas
que intentamos atrapar en nuestras redes
y solo son sueños maquillados,
fervientes deseos insatisfechos
que hacen esta vida loca, banal.


VII

Me iré,


donde las cumbres acarician el cielo
y se pierden los ecos en laberínticas oquedades,
donde los riachuelos agrestes y saltarines
murmuren palabras de aliento,
tendiéndolas, a la vera de mis oídos,
donde el viento me traiga
la tierna caricia de un beso,
donde el bosque crece sin ruido
en el reverdecer eterno,
donde el hombre no deje su huella.


Me iré,
dejo la tristeza y la nostalgia, aparcada
en los corredores infinitos del pasado,
dejo un baúl repleto de recuerdos,


lavaré mi cara y mi alma
en el agua tibia de mi última lágrima,
y no, no miraré atrás.

VIII

Estoy desnudo en este exilio de palabras
donde me vierto en fragilísimos versos,
mi vida se va en un confuso torrente
no logro acallar los gritos que me desbordan
ni contener la huella herida de este poema,
los días me van devorando
la amargura brota de mis labios
como un incendio, arrasa mis cosechas, mis sueños.


Tengo el alma apesadumbrada y triste
y la garganta me duele
al tragar tantas lágrimas.


Soy una vaga sombra, desterrada
que aún late en una caricia.


Soy un trozo de carne devorado por el silencio
la desnudez marcada por la ruina
la sorda violencia del hambre,
la aspereza de esta vasta pesadilla
y clamo con mis manos inútiles
con mis palabras desheredadas, hirientes
a vuestras almas agrietadas, disecadas
al miedo resignado de vuestros rostros
y lloro sobre vuestros labios
ya para siempre sin respuesta.




IX

Siento tanto esa oscuridad
ese reverso oscuro del infinito
que la locura me sobrevive, enquistada,
los días se van deshojando uno a uno
bajo mis pies caen, retorciéndose,
muriéndose en esta angustiosa soledad,
sufriendo el holocausto del silencio.


Nunca valdré más que un grito
enterrado en la oscuridad de la noche
desdibujado y condenado a este papel
en el que me plasmo lleno de olvido
y no es la pócima del mundo
que va dejando sus posos miserables sobre mis ojos
más bien son los restos de este solitario cadáver
que vaga por desiertos en burdas constelaciones
extraviado en su sombra sinuosa,
que por sus labios resbala
un hilillo envenenado de tinieblas
de recuerdos cansados y hirientes
que enturbian el discurrir de las lágrimas.


Siento la muerte como algo propio
porque lo que más amo es la vida,
aún queda algo de esperanza
bajo este cuerpo salvajemente pisoteado.


X

Soy ese cuerpo que le cuesta sentirse
víctima del olvido más absoluto,
esa ternura mancillada que se quebró
en unas ásperas manos insensibles,
ese grito que contiene todo el pavor
que nos mide con enfebrecido escalofrío
los limites y la dimensión de la carne,
ese cuerpo donde la sangre se desvanece
y se pierde, en un clamor de tempestades,
que hieren su inabarcable silencio
con el sucio drama de esta vida anodina.


Soy ese cuerpo moribundo de hambre
atrapado en su sombra inquietante
que ve que sus ojos se empeñan
en mortificarse con esparcidas imágenes
de una realidad hiriente y violenta.


Soy ese cuerpo consumido
en una desesperada ternura
abrumado por voraces sueños
que se pierden miserablemente entre la niebla,


me asomo a mí mismo
y siento en la lejanía inquebrantable
la distancia del vértigo más voraz
recorrer mis ruinosos despojos
y sé que mis palabras
se despertarán cubiertas de musgo
y clamarán su locura al vacío
mientras cae la lluvia y mueren,
desnudas, todas las pasiones.


XI

Aquí estoy, perdido
en este cementerio de recuerdos,
abrazado al vacío
en la más remota ignorancia,
sintiendo esos versos extraviados
que locamente persigo en mí,
que saben el precio de la sangre
pero que nunca reconocieron la verdadera ruina
de lo que el amor significa,
reconocer la verdadera llaga,
el silencio turbulento que acosa a cada palabra
y rendirse oscuramente a la fatalidad del desengaño.


Basta el silencio para comprender
cuánta sangre se vierte en cada lágrima.


Nómada soy, en este desierto cruel
de desolación y fatigada soledad.


Tarde, comprendí la decrepitud
de tantas horas a la espera,
nada me cuesta reconocerme entre tinieblas
y recordar qué fantasmas me tendieron la mano
mientras vosotros me maltratáis y pisoteáis.


Nadie más que yo comprende el dolor
que yace en mis penumbras sinuosas
entre telarañas enmarcadas de engaños.


Bastaría deslizarme por mis residuos
entre la sangre arrebatada a un grito imposible
para saber qué destierro es éste
en el que voy desangrando esperanzas.


Bastaría el reflejo de una tierna mirada
para inundar la extensión de mi noche,...de luz.


Bastaría que tus manos se unan a las mías
cerrar los ojos
y comenzar a soñar.


XII

Salvajemente me acoso sin poder evitarlo
hago jirones de mi piel, resignadamente
y las sombras confluyen en mí
como si mi alma estuviese hambrienta de ocasos
inexplicablemente entregada a la rapiña de mis palabras
dejándome desamparado en los bordes
que corroen con ansiedad mi corazón
con sediciosa y malévola añoranza.


Soy, esa herida abierta, humillada.


Ahora que la noche me tienta,
ni la esperanza, modela la pobreza de mis sueños,
jamás podré desprenderme de estos patéticos versos
fríos y lejanos, sin más fruto que el silencio.


Detrás de mi verde mirada triste
hay tantas sombras, tantas soledades
que mi corazón late secretamente
en la profundidad de la vida
expuesta a los carroñeros mordiscos
a esos recuerdos perseguidas por la calamidad
que debieron contener todo el horizonte,
no deshacerse, en las sombras del dolor,
ni olvidar su primogénita inocencia,
solo me queda el rastro pervertido de un sueño
que se alimenta de brumas
y acaso algún fulgor dormido
que encendiera alguna ilusión pasajera.

XIII

Escribo desde este margen hondo y doliente,
sin versos, ni esperanza, desde la soledad,
desde este margen donde apenas percibo
la amordazada luz lejana
ni el grato sabor de un recuerdo,
podría plasmar tantos bonitos contextos
tantas maravillosas palabras, embellecerlas,
pero me siento envenenado, mancillado,
arañando mis oscuras entrañas
con mis dedos embrutecidos, en carne viva.


Soy lo prohibido, lo tenebroso,
la maloliente herida abierta
que socava vuestras conciencias
y aguijonea vuestro inútil remordimiento.


Desde este margen mido la distancia exacta
de vuestras atroces pesadillas
que me reconocen entre la muchedumbre,
coagulan mi sangre con sus huellas tenebrosas.


Voces arcaicas olvidadas
acechan como alimañas sobre vuestros sueños
retumban con la fetidez de vuestro olvido,
se que su frialdad rezuma la infección del tormento
y trae huracanes que borran
las sendas que conducen al sosiego,
desde este margen, vivo,
desterrado a lo más remoto de la resignación.



XIV

En este confuso oleaje en el que deambulo
laten mis acrobáticos sueños
entre la espuma, la resaca
y los neblinosos rumores tántricos
que recorren los silenciosos atrios del alma.


Así está, mi vida zarandeándose
en esta inmensidad de enigmas
que navegan en el abismo de mi interior
en el caos de unos versos oxidados
llenos de salitre y arena
que palpitan moribundos entre olas
huérfanos de cariño y rima.


Ahí están mis huellas de cada día
borradas por salvajes marejadas.


Saberse voz salada,
soplo marino,
crecer, siendo enredadera fluvial,
saberse,
leve brisa llena de ternura.



XV

Al tercer mundo y los desheredados


Nunca comprendimos el impacto de nuestras acciones
ni los orgullos mancillados entre los moribundos del hambre
entre esas bocas incendiadas delusiones,
bastaban nuestros lluviosos sentimientos
desmenuzados en vagas promesas
quebrando el tiempo en nuestras manos,
nos creíamos a salvo y el dolor no nos reconocía
no sentíamos el daño que íbamos sembrando.


Trazábamos en nuestro recóndito interior
la crueldad de una delicadísima mentira
y fabricamos un firmamento de autoengaños
para autoafirmarnos, creyendo que conciliaríamos el sueño,
pero olvidábamos el significado del grito
el que contiene el pavor del olvido
el que nos acusa de insolidarios.


Con los años descubrimos los fantasmas de la soledad
la frialdad con que todas nuestras acciones
cubrieron de musgo nuestra piel
y sentimos la herida brutal de la materia,
ese vertiginoso vacío que nos corroe
y desangra lágrimas de autocompasión.


Despreciábamos la voraz tragedia humana
izábamos murallas a nuestro alrededor
creyendo sentirnos a salvo
sin entender nuestro egoísmo depredador
que destruía los amaneceres de los desheredados.

Me aprisionan esas voces olvidadas
esos moribundos lamentos que se acaban oxidando
esas palabras que pervierten mi memoria.


Comprendo de qué manera sufro el destino en mí mismo
camino solo y soy una frágil imperfección
una huella extraviada.


Siento ese frío humano adormecerme
sabe cuánto dolor desprendo,
el sucio desamparo
con que mancillamos a los necesitados
a los desheredados del bienestar.


Por mi rostro surca la amarga vergüenza
el dolor de mi carne sucia, que me huele.

¡Cómo miraros a los ojos
si os dejamos sin firmamento!


XVI

He sentido vuestra mirada devorada, consumida,
midiendo la nada con palmos de palabras vacías,
vuestros labios marchitos surcan el miedo
la fragorosa desnudez de vuestro interior
y nada, nada hay bajo vuestra espantosa piel,
sólo, la superficialidad mas clamorosa
la mirada hueca llena de engreimiento
arrastrando vuestra atónita miseria
vuestro enloquecido y voraz consumismo,
autómatas esculpidos de transparencias,
multitud teledirigida por batutas en la distancia.


La humildad no habita en vuestros corazones
enturbiados por vientos que desconocen la compasión,
nunca os sumergisteis en la vastedad hermética
en la implacable quietud de vuestro ser
seguro que no os encontraréis dentro,
en el remanso salvaje donde brota la sangre
y enturbia las voces de neblinosos silencios
ni siquiera sentisteis tantos cuerpos abandonados
a la desnudez del hambre y a gritos ciegos
clamando sobre vuestra indeferencia,
navegáis en la más absoluta sordera
en escaparates y expositores de carroña
maniquíes cultivadores de la imagen banal,
vuestra quietud demoledora huele a moho,
ni siquiera sentisteis el peso de vuestra conciencia
ni la profundidad desastrosa de vuestros desprecios,
el orgullo ensombrece vuestra fatídica mirada
que se pierde poco a poco en el fragor del vacío.


Cómo deciros que vamos siendo en los demás
que somos una realidad brutal, que siente,
que somos la lógica imperfección del barro
donde nuestros cuerpos sienten el alma huérfana,
donde nuestra pobreza sin quererlo
riega el territorio del miedo que nos vence
del sueño atroz con que nos desvelamos,
esta sensibilidad que duele, que grita demacrada
que va trazando espesos surcos
por los que circulan mis pies vagabundos
buscando el preciso amanecer
en los ojos de una tierna mirada.


XVII

Cedí ante el más hondo fracaso,
roía la poca razón que afloraba por mis labios,
supe del amargo sabor de la derrota
me atreví a recorrerla vencido, exhausto,
mi vida sangró a borbotones
en un cerco de impávida desesperación
pendiendo del miedo a no reconocerme
al final mis versos temblaban en silencio
comprendían el significado de lo irremediable
y fui dejando mis huellas profundas, manchadas
entre una nevada nostalgia de sombras,


¿cómo duele el amor?


Soy mi propio prisionero más mordaz
el sueño estremecido que vaga en las calles
la ternura olvidada bajo el manto del llanto,
mi vida vaga devorada con la turbulencia
y la amargura de un incendio tórrido
mi pobre corazón apenas late
destruidas las emociones, la magia,
me queda un puñado de plegarias
con las que esbozar una ilusión, un sueño,
una pincelada azul celeste
en la cruel desnudez de esta malsana realidad.



XVIII ( Al final )



Mis días andan tensos, demacrados,
desvelados, mientras el tiempo me va devorando,
con el dolor depositado en mis labios,
la vida se escapa en un torrente vertiginoso
en la nostalgia inútil de unos recuerdos
a los que nos rendimos inútilmente
y pagamos un arduo peaje injustificado,


de nada sirve un paraíso imaginario
si la esperanza se va desangrando
en el amanecer roto de un sueño de cristal,


si en mis labios no germina la semilla estéril
con la que desbrozar palabras de agreste métrica.


La vida se va apagando en este mortecino silencio
en la enfebrecida ponzoña que nos desgarra
y nos entrega al invierno más crudo y frío del olvido,
mientras el reloj va desolando segundo a segundo
los fatigados recuerdos de la memoria
y al final desnudos,

solos


bajo dos palmos de tierra yerma.

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